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DEL DERECHO AL ANHELO.


Educando y paciente: acceso y desigualdad.

Ana Pomar, Margarita Romero y Marcos Galindo.

 

En México es bien sabido que las brechas por desigualdad entre estatus socioeconómicos son tan marcadas que, en nuestro país, vive el hombre más rico de América Latina junto con más de 50 millones de personas sumergidas en la pobreza. Sin embargo, cabe destacar que existen otros tipos de brechas que no tienen relación, muchas veces, con los tintes económicos, aunque sean los más visibles, y son estos momentos de crisis en los que se han acentuado las diferencias existentes en la población.

            Dos derechos esenciales, que han tomado gran eco en la agenda pública nacional, son: la educación y la salud, con énfasis en la dificultad de acceso a ellos en el contexto pandémico. Por ello, primero se reflexionará sobre la educación, y en segundo lugar sobre la salud. En ese sentido, es útil recordar que México cuenta dentro de sus Derechos Humanos y Garantías con un acceso a educación básica (hoy desde preescolar hasta bachillerato), de hecho, la educación en México es laica, gratuita y obligatoria. Y debido a su desarrollo histórico México además otorga una educación universitaria casi gratuita y de alta calidad con sus instituciones nacionales: UNAM e IPN, también de una pléyade de instituciones públicas y privadas en todos los niveles educativos.

Si bien es necesaria la anterior contextualización, también es preciso mencionar que la reflexión se centrará en los niveles de educación básica. Pues, para todos fue evidente que, desde el inicio de la suspensión de actividades no esenciales en marzo pasado, la niñez, así como las y los adolescentes pasaron de un esquema escolarizado presencial a uno televiso, virtual y a distancia.  Se creó el programa Aprende en casa, el cual hizo uso de los sistemas de televisión pública y privada para transmitir clases de los niveles de educación básica, en especial preescolar y primaria. Aunado a ello, miles de maestros y maestras tuvieron que recurrir a diversas estrategias para concluir ese ciclo escolar. Entre las herramientas utilizadas destacaron: WhatsAppZoomGoogleMeet e incluso Facebook. Todas ellas requerían de Internet, del uso de diversos recursos y aparatos tecnológicos. Esta situación trajo consigo diferentes escenarios que afectaron en diversas formas al alumnado, a las y los profesores, y a quienes eran responsables de instruir a los educandos.

Es perfectamente conocido que no todas las personas tienen acceso directo a la educación; por un lado, hay miles de niños que ven coartado este derecho al verse orillados a laborar, otros miles no pueden hacerlo por el simple hecho de que en sus comunidades no hay escuelas que les brinden el servicio, otro tanto se ve orillado por circunstancias delictivas a realizar actos punibles en lugar de instruirse en un aula. Sin embargo, también es conocido que para muchos es un hecho tan naturalizado que se cumple de manera cabal día con día. Lo cierto es que dentro de quienes reciben instrucción en un centro educativo caen en el monstruo de la desigualdad. 

Por un lado, el personal docente tuvo que aprender sobre la marcha el uso de diversas plataformas y herramientas tecnológicas. También se trasladó a sus casas para resguardarse de contagios, pero continuando con su labor educativa, lo cual trajo consigo que las herramientas esenciales de trabajo fueran asumidas por las y los docentes. Sus estrategias educativas, se hicieron públicas y su intimidad se perdió al permitir a su alumnado observar sus casas y áreas de trabajo. Se observó, pese a la poca capacitación y tiempo, cómo el personal docente desempeñaba una labor extraordinaria para seguir sus clases y, al mismo tiempo, se hicieron visibles las carencias pedagógicas e, incluso, de respeto a los Derechos Humanos de algunos docentes.

En segundo lugar, el alumnado tuvo que enfrentarse de manera más clara a la desigualdad y la falta de servicios. Millones de alumnos y alumnas tuvieron que buscar el acceso a luz eléctrica, internet, computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas y, además, enfrentarse a saber manejar estos recursos lo más pronto posible. Sumado a esta situación, los responsables de los educandos, pero en especial las madres, (quienes social y culturalmente son consideradas las primeras encargadas), se volvieron, en el mejor de los casos, asistentes docentes y, en el peor, trataron de ser docentes de las y los educandos. Esta situación tiene un claro sesgo de género, pero también de desigualdad, pues en México la media educativa es de 9 años (primaria y secundaria), en donde la población en general tiene pocas habilidades para sustituir a profesoras y profesores. En contraste se observó una escuela privada de Lomas de Chapultepec, la cual, mediante un amparo que protege el derecho a la educación de los niños que no tienen “acceso a internet”, es la única institución educativa del país en la que sus alumnos pueden ir a tomar clases presenciales a sus aulas (hasta el momento, y sin tomar en cuenta las “escuelas” creadas y apoyadas por el hijo del “Chapo” https://www.eluniversal.com.mx/estados/hijos-de-el-chapo-equipan-supuesta-escuela-en-sinaloa-afirman). Hecho que, por lo menos, es dudoso en esos espacios. Es decir, se hace presente una desigualdad de oportunidades en acceso, en mecanismos educativos y, por supuesto, en conocimiento.

En sentido similar se observan los servicios sanitarios: desiguales y, cuando son públicos, sumamente precarios. La precarización del servicio médico tiene varios años en este país, bajo el discurso de ofrecer servicios gratuitos. La idea inició en el entonces Distrito Federal, con el que era Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente del país. Esta idea fue imitada por el Gobierno Federal, dirigido en ese momento por Vicente Fox y continuando hasta el día de hoy. 

La idea de servicios públicos gratuitos se basó en que toda la población mexicana tuviese servicio médico. Sin embargo, como se ha observado no hay un incremento sustancial en contratar personal médico, los medicamentos son insuficientes, y tampoco hay suficientes hospitales. Al final se vislumbra una salud gratuita de “migajas de aire” en donde no existe una ayuda real a la población. En contraste hay servicios médicos privados con costos cada vez más elevados y que muy poca población puede cubrir. De hecho, esta desigualdad se hizo evidente cuando al inicio de la pandemia el porcentaje de muerte era más alto en hospitales públicos que privados. 

La adquisición de medicamentos también demuestra la brecha de desigualdad en la que vivimos, toda vez que el contar con tratamientos médicos completos para muchas familias significa sacrificar o reducir gastos en otras áreas, mientras muchas otras necesitan solicitar préstamos para poder cubrir estos gastos. Además, gran parte de ellas sólo compra los medicamentos que consideran más importantes, o dejan tratamientos médicos incompletos, creando de tal suerte un inequitativo acceso a eficaces servicios de sanidad. Sin dejar de subrayar a quienes recurren a “remedios naturales”, consejos de amigos y familiares o a la automedicación, lo cual puede agravar su condición médica y, en muchos casos, reduce sus posibilidades de mejoría. Asimismo, cabe destacar, que existe un grupo poblacional grande que no cuenta con agua potable constante, por lo que realizar una correcta sanitización se convierte en una labor titánica. A ello se suma el hacinamiento que sufren muchas familias en la vivienda, en donde aumenta el riesgo de contagio por SARS-COV2 para todos los miembros de la familia si algún miembro llegase a enfermar.

Es de remarcar que están quienes no tienen acceso a servicios de sanidad por la nula existencia de personal y equipo médico básico, sino es a kilómetros y horas de distancia. Muchos otros que, teniendo cercanía a ellos, no poseen acceso por no ser derechohabientes a esos servicios. Existen unos más que tienen seguros de gastos médicos y cuentan con el poder adquisitivo que les permita sortear embates clínicos sin importar los costos. Sin embargo, frente al repunte de contagios, ni los hospitales privados son suficientes, el virus no discrimina y a llegado a los más ricos de este país y, al parecer, ellos tampoco tienen espacio para tratar de sobrevivir. La realidad que muchas veces negaba la clase privilegiada ha inundado y asfixia a todos por igual. 

Está en el imaginario colectivo que la manera de “salir adelante” se verá reflejada de alguna manera idílica y que la vía está encapsulada en la frase “sólo hay que echarle ganas”, siendo éste el sofisma más vil para justificar el suelo desigual que existe para cada mexicano. Se subestima al carente acceso pleno, justo e igual, se piensa que es el gobierno el ente encargado (por obligación) a cambiar esta situación, se deja de lado la discriminación interseccional que emana de la propia sociedad y que arrastra a quienes son considerados como el eslabón más débil en el rol de poderes que se ha establecido socialmente, se vulnera la movilidad económica, se reproducen y heredan tanto estigmas como prejuicios que alimentan a la Hidra de las desigualdades.



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