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LO VIOLENTO DE LA VIOLENCIA.

 Ana Pomar, Margarita Romero, y Marcos Galindo.


En México pocas veces nos damos cuenta de que se ha perdido la capacidad de asombro sobre la violencia. En cambio, es más común escuchar a la gente festejar que haya ejecuciones entre narcotraficantes “porque se matan solos”. La violencia nunca será normal, sin embargo, la hemos normalizado de tal forma que celebramos ciertos actos de violencia, por ejemplo, cuando se asesina a un ladrón en un linchamiento se reciben comentarios positivos y de apoyo, aun cuando se ejerció agresión física hacia otras personas. Y eso es normalizar la violencia. Este tipo de conductas se deben a las condiciones políticas, sociales y culturales en las que nos desarrollamos.

Es parte de un fenómeno en el que prácticamente como colectivo, como sociedad, como comunidad, o como grupo ve a la violencia como parte de la vida cotidiana, sin ponerse a pensar que es el resultado de un conglomerado de: inseguridad generalizada, impunidad dentro y fuera de las instituciones, falta de sensibilidad empática para con el otro, de la forma en la que se aborda a la violencia y, muchas veces, se justifica su existencia.

Por ende, consideramos oportuna la reflexión de los micro y macro estados de la violencia. Les invitamos a repensar no sólo nuestros actuares violentos, sino en especial aquellos que no vemos e ignoramos. Al mismo tiempo dejar en claro que la violencia es un problema estructural del tejido social que debería de suprimirse, puesto que llega a todos los rincones de la sociedad, y se abre paso hasta afectar nuestra esfera de derechos en algún momento.

La violencia y su aceptación se encuentran de manera permanente en nuestro entorno. En algunos contextos todo comienza en casa, pues, desde la infancia se establecen ciertas conductas violentas, las cuales se aceptan como un método de crianza y educación. Por lo que usar fuerza física o lenguaje agresivo hacia las hijas e hijos no se considera un tipo de maltrato, sino un método de corrección y “normal”.  Así, las prácticas de violencia como método de crianza se transmiten de generación en generación y, con ello, se crea un círculo vicioso: una persona que sufrió violencia en su niñez puede convertirse en alguien que ejercerá violencia sobre sus hijos, hijas y pareja, aunque siempre hay excepciones a la regla.

También, se debe repensar sobre los productos y servicios que consumimos: los videos que vemos, la publicidad que empoderamos, los programas de televisión que nos gusta seguir, la música que escuchamos, las acciones que realizamos, las palabras y comentarios que emitimos, e, incluso, las relaciones que cotidianamente mantenemos, ya que muchas de ellas están fuertemente cargadas de agresiones, acosos, insultos, violencia y cosificación de personas que históricamente han sido discriminadas. Es normal en el contexto mexicano y en diversas partes del mundo: burlarse del tamaño del cuerpo de una persona, juzgar las capacidades intelectuales y mofarnos de ello, el maltrato a las mujeres, denigrar una acusación, y decir que la víctima es la culpable. 

Es necesario hacer énfasis en que la violencia no sólo existe en tiroteos. Los gritos de un jefe para con sus empleados de manera ofensiva, los arrebatos de imposiciones en el noviazgo para prohibir el actuar ajeno, o el limitar los recursos monetarios a quienes son dependientes económicos, SON violencia. Sin embargo, al no notarse el daño de manera directa, se minimiza, se acepta, se tolera, se aviva. 

Incluso en un contexto familiar de violencia las y los niños o adolescentes no tienen la oportunidad de responder o cuestionar este tipo de conductas. En cambio, estas acciones violentas las asocian a mal comportamiento o bajo rendimiento escolar. En consecuencia, para ellas y ellos es normal la agresión cuando no “cumplen” con “sus responsabilidades”. Este tipo de aceptación a conductas violentas se traspasa a su entorno social, por ejemplo, cuando los menores de edad son agredidos en la escuela suelen guardar silencio asumiendo que es una forma de reprender algún problema de conducta. Además de lo anterior, en México, el machismo juega un papel importante sobre la normalización de la violencia. Usualmente el núcleo familiar se compone por una figura autoritaria, la cual ejerce violencia como herramienta de “enseñanza”, apoyado por una figura sumisa que permite este tipo de violencia en contra de los hijos e hijas e, incluso, de sí misma bajo el argumento "es por su/mi bien".

Las actitudes anteriores contribuyen a normalizar e, inclusive, se da un paso más al culpar a las víctimas de la violencia, por ejemplo, cuando escuchamos que asaltaron a una persona, la primera reacción después de saber que no fue de gravedad son cuestionamientos como: seguramente hizo ostento de sus posesiones, ¿no te diste cuenta? ¿por qué actuaste así? Y estas situaciones se agravan en delitos sexuales, en especial contra las mujeres, asumiendo siempre que las víctimas son las responsables. Socialmente vamos más allá y se cuestiona la falta de denuncia. Parece inverosímil no sólo que se cuestione a las víctimas, sino que además se les culpe de no actuar. 

No obstante, estos comportamientos de juzgar a las víctimas se entienden porque las personas normalizan la violencia, y siempre hay reclamos frente a aquellas personas que levantan la voz. Somos socialmente cómplices de nuestros verdugos, nos culpamos y culpamos a otras personas antes que al contexto violento. La culpable es la víctima del asalto, del robo, del secuestro, del acoso, de las violaciones. Y, sin embargo, hemos sido esas víctimas que hemos callado, sin denunciar, sin protestas porque “exageramos” y al mismo tiempo somos tan poco indulgentes con otras víctimas. 

De tal suerte, se debe exigir el cese de cualquier favoritismo, erradicar cualquier situación de privilegio basado en estigmas, prejuicios o estereotipos. Así como incentivar la deconstrucción del sistema educativo basado en roles de poder, de violencia y de sumisión, para que se generen consciencias incluyentes que condenen cualquier rastro de violencia.

Además, la falta de una educación orientada a la cultura de la paz y de la promoción del respeto se ve ensalzada con la exaltación hacia las fuerzas armadas por parte de las administraciones federales recientes. Al inicio con Calderón al declarar la “Guerra contra el narcotráfico”, pasando por Peña Nieto con políticas encaminadas a dar mayor poder al ejército, y, recientemente, con el presidente en turno, quien prácticamente ha asignado todo tipo de tareas a las fuerzas castrenses.

No debemos de olvidar que la normalización de la violencia tiene que ver con la calidad de vida de cada uno de nosotros, puesto que deteriora a cualquier persona del tejido social en términos de: estrés, ansiedad, expectativas de vida, acceso a derechos, libertades, entre muchas otras. En ese mismo sentido, hay que reflexionar sobre nuestros actuares y repensar si seguimos siendo cómplices de nuestros verdugos o somos personas solidarias, compañeros y compañeras de batalla de las otras víctimas.



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