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ZURCIR LA MENTE Y EL ALMA DE LAS HERIDAS DE VIDA.

Ana Pomar, Margarita Romero, y Marcos Galindo. 

 

En el actuar diario, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre los aspectos mentales, psicológico-emocionales, sentimentales, cognitivos, etcétera. Sin embargo, en nuestra existencia nunca dejamos de ser seres bio-psico-sociales, y ha sido el largo proceso de los confinamientos los que han mermado en cada uno de esos aspectos. Por ello, consideramos necesario repensar sobre uno de los rubros con mayor tabú: nuestra propia salud mental. Para desarrollar nuestra reflexión haremos énfasis en la percepción de los problemas mentales, sus síntomas y las dificultades sociales para adquirir ayuda especializada.

En ese sentido, es necesario recordar que a lo largo de la historia los trastornos y padecimientos mentales han sido considerados como sinónimo de locura y se han asociado con temas sobrenaturales. Incluso, el manejo de estos durante épocas anteriores podrían catalogarse como retrógrados e inhumanos, estas prácticas se han intentado cambiar en décadas recientes. Sin embargo, pese a los avances en los tratamientos e investigaciones, la salud mental sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad. De eso no se habla, pese a que en la situación actual se ha hecho referencia a la salud mental y a diversos problemas como: la ansiedad o depresión. La salud mental sigue siendo un tema censurado en la población mexicana. Incluso, aunque día a día adquiere espacios y foros de discusión pública, es claro que la realidad mexicana está cargada de estigmas y prejuicios que ahuyentan a las personas de la búsqueda de ayuda. 

Por otro lado, generalmente cuando se habla de salud es acerca de hábitos alimenticios, hábitos de vida, peso, talla, pero pocas veces se cuestiona acerca de la salud de la mente. En México no existe una cultura de auto cuidado, la sociedad piensa que padecer una enfermedad mental es algo lejano o fuera de su entorno. Incluso muchas veces se tacha a la persona que va al psicólogo, o que acude con el psiquiatra, de “loco”, “enfermo” o “psicópata”, además, el tener terapia psicoanalítica suele ser catalogado como un gasto superfluo. Lo cierto es que todas y todos podemos presentar algún padecimiento mental a lo largo de nuestras vidas, eso dependerá de factores como genética, núcleo familiar y el entorno social.

Los síntomas más asociados a problemas mentales son: alteraciones del sueño o del apetito, apatía, falta de concentración, cefalea, problemas digestivos, o arranques de ira.  Al inicio estos suelen ser ignorados o justificados por cosas cotidianas, no obstante, cuando los síntomas se agravan las personas suelen auto diagnosticarse a través de internet. Estas prácticas generan que se utilicen vitaminas, suplementos alimenticios o herbolaria para la disminución de sus síntomas y, por último, se opta por acudir a una valoración médica bajo la idea de poseer padecimientos graves. Sin embargo, al ser informados de que se trata de algún trastorno mental las personas suelen negarlo o justificarlo con estrés. Esto repercute en un tratamiento tardío. 

En ese sentido, han sido los procesos como el distanciamiento social, la desigualdad de las sociedades, el devenir económico, el contexto de incertidumbre, la angustia frente al futuro cercano, los sentimientos de desamparo, la vulnerabilidad del cuerpo humano ante las enfermedades, entre muchas otras circunstancias, la materia prima que agudiza el surgimiento de padecimientos y trastornos psico-emocionales, mismos que se ven alimentados por la falta de una atención profesional que los contenga, los trate y prevenga.

Aunado a ello, hay brechas en el acceso a tratamientos mentales para quienes lo requieren: por un lado, el ámbito público segrega a aquellos que no son derechohabientes, acota el tratamiento sólo a la gente con padecimientos graves ante la falta de personal, e intenta hacer frente a las enfermedades en condiciones de precariedad bastante acentuada. Por otro lado, el sector privado resulta ser una oferta eficaz, pero con costos poco asequibles para el bajo nivel adquisitivo que el grueso de la población suele tener. 

Por ende, es importante recalcar la necesidad de un acercamiento; la interrogante resultante, entonces, es: ¿cuántas veces has ido con un profesional a hablar sobre las heridas del alma, a charlar sobre las cicatrices del corazón, o a desfogar todas las sombras del pasado que te persiguen día con día? Este cuestionamiento surge porque es común que en ocasiones compartamos nuestra forma de sentir con otras personas, sin embargo, siempre hay una especie de misión en ser felices. Parece que las personas tristes, enojadas o con miedo no tendríamos derecho a sentirnos así, pues en general siempre se apela a ser felices y sonreír. Esta situación genera que los padecimientos mentales se escondan más. No sólo nos referimos a padecimientos psiquiátricos, sino también a los psicológicos e, incluso, momentos en los que necesitamos de un profesional para enfrentar diferentes momentos de nuestras existencias.

Pese a ello, referirnos a: la salud mental, la tristeza, el duelo, la ira, el acudir a un psicólogo o psicóloga, como algo que se omite. Es algo que ocurre, que se sabe de su existencia, pero que al mismo tiempo es lejano. Estas líneas tienen la intención de resaltar que la mente es el eje central para el actuar humano, y sin él nada tiene sentido. Es, pues, un pretexto para reflexionar sobre nosotros y nosotras mismas, ponderar la salud de la psique humana. Con ello, suprimir los pensamientos de que “sólo los locos toman medicamentos” o “se curan con el tiempo”, ni sólo con el apoyo emocional, que, si bien es fundamental, no es omnipotente ni omnipresente. En cambio, optamos por incentivar el acudir a terapia. 

Pues, así como el médico nos receta un analgésico para calmar un dolor muscular, un profesional de la psique humana nos puede recetar un antidepresivo para aliviar las heridas que guardamos con recelo en la mente. De hecho, el manejo de un trastorno mental siempre es un trabajo conjunto de terapia y medicación. Esto puede representar una situación de conflicto para el paciente. Pues, por un lado, hablar de cualquier trastorno mental sigue siendo tabú, de tal forma, acudir a terapia siempre es un reto, ya que el paciente se siente incómodo. Por otro, la medicación también resulta un problema por la creencia popular de que los medicamentos son dañinos para nuestro cuerpo, o que generan alteraciones en la personalidad, o hasta llegar a creer que se produce adicción a los mismos; situaciones falsas, pero que dificulta aún más los tratamientos mentales.

Por ello insistimos en que el concepto de salud mental tiene que cambiar ante los ojos de la sociedad. La salud mental es igual de importante que la salud física y de ésta dependerá el equilibrio de una persona. Somos seres sociales, biológicos y emocionales, por ello la ayuda profesional no debería ser el último recurso. Reiteramos que en cualquier momento que tengamos la sensación alguna dificultad mental y/o emocional, no la ignoremos y acudamos con profesionales. Siempre tendremos la oportunidad de estar mejor y no sólo creer que es normal el dolor y el sufrimiento, nuestras vidas pueden cambiar pidiendo ayuda a pesar de los horizontes más oscuros.



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