Deserción y frustración
Ana Pomar, Margarita Romero, y Marcos Galindo.
Una de las primeras medidas que tomaron las instituciones educativas al principio de la propagación de las infecciones por COVID19 fue el cerrar las aulas, medida que fue respaldada poco tiempo después por las autoridades federales y estatales. Posteriormente se optó por clases online, el uso de plataformas para la comunicación entre educandos y educadores, y el inicio, indudable, de dificultades a las cuales el sistema de educación mexicano no estaba preparado.
Ya a un año de haber implantado un modelo a distancia, se pueden observar una serie de vicisitudes a las cuales cada alumno debe de enfrentarse. Ello inicia con el periplo de contar con las herramientas básicas para poder desempeñar dicha labor: tener una computadora, un smartphone o una tablet para poder conectarse a clases y realizar las tareas que sean encomendadas, poder pagar el suministro de internet y luz eléctrica para realizar la conectividad, y además, hacerse llegar del material necesario para diferentes proyectos, como el realizar maquetas, actividades artísticas de pintura o dibujo, u obtener resultados experienciales de actividades químicas que se realizarían en asignaturas de ciencias naturales en un laboratorio.
Por ello, el tema central de esta semana es el proceso psico-emocional y físico que se tiene como educando en los procesos de aprendizaje, pues es una etapa que comúnmente se comparte con semejantes. En ese sentido, un hecho relevante es hacer notar que el esquema de Escuela En Casa lleva consigo un elemento esencial, pues, en las condiciones pandémicas actuales (aunque a la mayoría se le olvide), el confinamiento sigue siendo la forma más segura de evitar contagios, y en consecuencia muertes. Es decir, es necesario el resguardo en casa y, a efecto, la escuela y el hogar no tienen diferencias espaciales; así, la casa es una extensión de la escuela. Esta situación conlleva falta de concentración, pero también la idea de que todo el tiempo están en la “escuela”, en especial las y los adolescentes, o por el contrario siempre está, para el alumnado de primaria y secundaria, el sentimiento de prolongación permanente de las labores escolares, dejando de lado los momentos de esparcimiento propios de su edad.
Además, el encierro constante por la gran mayoría de infantes y adolescentes lleva consigo un hecho importante, pues la escuela es un medio de socialización. En la escuela no sólo se aprenden los temas del plan de estudios, sino que se conocen los mecanismos sociales para entablar relaciones afectivas de amistad y de cariño, se desarrollan los medios de participación en un grupo social, se tienen experiencias de cómo actuar individualmente para con los otros, y se crean lazos de convivencia social. Hoy hay personas que no conocen a sus compañeros y compañeras de aulas, no existe una interacción entre personas salvo conocimiento previo. La falta de socialización acentúa el estrés que viven los educandos, no hay un espacio en el que desarrollen sus personalidades con sus iguales en edad y ciclos de vida. La escuela ahora es una pantalla más del hogar con la que existe una mínima o casi nula interacción social.
Aunado a esto, se hace visible otra dificultad: la poca supervisión, ya que, por la crisis económica derivada de esta pandemia, muchos padres y madres se han visto en la necesidad de trabajar fuera del hogar. En consecuencia, infantes y adolescentes se quedan sin supervisión durante todo el día. Esto genera una falta de control en la correcta alimentación, además de un problema de salud mental, pues estas condiciones ocasionan una sensación de abandono, la cual repercute a los educandos dentro de su desempeño académico.
En ese sentido, la salud emocional es la que más se ha afectado dentro del confinamiento. Incluso mucho antes de la pandemia las y los estudiantes ya estaban sometidos a cumplir con ciertas expectativas en su formación escolar, más diversas actividades de esparcimiento. No es un secreto para nadie que hoy se ejerce mayor presión en la formación escolar con el fin de garantizar mejores oportunidades laborales para su futuro. Pero con el confinamiento y las clases en línea los índices de depresión y ansiedad han incrementado de forma estrepitosa, y es que no sólo se trata del encierro, sino del contexto en que se desarrolla este confinamiento. Algunos sectores de la población estudiantil, sobre todo los más pequeños, son quienes carecen de información acerca de las nuevas tecnologías, se han tenido que ajustar al envió de tareas vía digital, con límite de horario y, en algunos casos, excesiva.
Este enfoque ha traído problemas físicos y médicos, por ejemplo: el sedentarismo, pues, pese a que una de las estrategias del gobierno fue realizar videos interactivos de activación física (en especial en niveles básicos de educación) con la finalidad de fomentar realizar ejercicio en casa, estos no se realizan. El encierro más la nula supervisión de las actividades están generando sedentarismo en la población estudiantil, lo que puede provocar problemas de salud a mediano y largo plazo.
Si bien es cierto que tareas abundantes, largas jornadas escolares y pocas horas de sueño forman parte de la vida estudiantil, el nuevo sistema educativo ha traído una serie de complicaciones, pues el educando se debe enfrentar a actos de estrés y frustración elevados: ¿te has imaginado aprender álgebra en secundaria en solitario y guiándote con la televisión, sin derecho a la retroalimentación? ¿Te imaginas aprender a leer y a escribir en la soledad de no entender lo que dice el libro que te enseña el abecedario? ¿Te imaginas aprender Geometría Analítica en preparatoria sin una guía? Es cierto que el confinamiento tiene como objetivo salvaguardar la salud de las personas y evitar contagios masivos, sin embargo, tenemos que tener en cuenta que no sólo estamos lidiando con una pandemia, sino también con un alarmante panorama en donde la salud mental ha sido la más afectada, y, aunque es muy poco estimada, la salud mental es igual de importante que la salud física.
La educación en línea es la oportunidad de continuar la formación académica sin exponerse a un riesgo de contagio, no obstante, el precio que están pagando las y los estudiantes es bastante alto: ansiedad, depresión, insomnio, apatía, trastornos alimenticios, ataques de ira, frustración y problemas de somatización son sólo algunos de los problemas en salud mental que ha traído consigo el cierre de las aulas, y realmente no se han buscado estrategias para combatir dichos trastornos, por lo que la deserción escolar, ansiedad, depresión e incluso el suicidio, (por catastrófico que suene), pueden ser situaciones que veamos en ascenso como consecuencia de la pandemia.
En este contexto, este gobierno ha puesto como uno de sus estandartes la frase “primero los pobres”, sin embargo, la realidad nos dice otra cosa. Se están ampliando las brechas educativas: aprende el que puede pagar una educación de calidad, y el que no, queda relegado a las migajas que el sistema educativo le ofrece en la presencia de la austeridad. Acceden a plataformas privadas y a asesorías extracurriculares quienes pueden costearlo, y quienes se preocupan por su nivel académico.
El resto, deberá frustrarse ante los problemas que le rebasen, deberá crearse estrategias de aprendizaje que satisfagan sus necesidades, habrá de esforzarse más si desea escalar en su grado de estudios, habrá de arrebatarle al Estado los servicios que por derecho le son propios, tendrá que arreglárselas con los distractores que se le presenten, y tendrá que ser autodidacta en etapas escolares en las que muy pocos pueden serlo.
Hace pocos días se dio a conocer que cinco millones de alumnos y alumnas dejaron sus estudios, unos de forma temporal y otros de manera permanente… cinco millones de educandos que se vieron rebasados por las circunstancias. Ello, cuando menos, debería de preocuparnos a todos, puesto que serán la generación de médicos que nos atenderán, serán las y los odontólogos que nos revisarán, serán los y las arquitectas que edificarán nuestros hogares, serán los profesionales que se vieron obligados a auto-aprender con sus propios recursos o serán la generación de los que no pudieron ser, la del abandono escolar, la del abandono de profesiones y la del abandono de sueños.
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