Lucha, indolencia, odio.
Ana Pomar, y Margarita Romero.
A lo largo de la historia, el género femenino ha sido reprimido, delegado a sólo ocuparse de las actividades domésticas y a la crianza de los hijos; en México, el machismo y la represión a los derechos de las mujeres todavía predomina: desde las muertas en Juárez, pasando por los feminicidios de la Ciudad de México y Estado de México, hasta la represión de las mujeres indígenas en el sur del país, posicionando al Estado mexicano como el octavo lugar dentro de los 10 países más peligrosos para ser mujer en América Latina.
En los últimos años las noticias sobre mujeres violentadas y asesinadas han incrementado dramáticamente y no, no es que actualmente haya más feminicidios, sino que, gracias a los medios de difusión, como redes sociales, ahora estos casos tienen mayor voz, es decir, podemos conocer el rostro y la vida de aquellas mujeres que fueron asesinadas violentamente por el machismo, y la falta de empatía de nuestro país. Además, se ha podido ver el incompetente sistema de justicia nacional, por el cual distintos grupos feministas salen a las calles a protestar por “aquéllas que ya no están con nosotros”.
Así, el pasado lunes 8 de marzo, se conmemoró el día internacional de las mujeres en un contexto cada vez más desolador. Por ello, esta semana el blog tiene como objetivo una reflexión sobre el papel de las mujeres en nuestra sociedad y el papel que cada persona ocupa en este contexto de pandemia: lucha, rechazo, aceptación, apoyo, indiferencia e, incluso, odio. Pero partimos de lo básico, que no es tan básico, es decir, de las diferencias sexo-genéricas que se construyen social, cultural e históricamente en cada una de nosotras y nosotros.
Entendemos que este blog lo leen personas interesadas en una reflexión, igual que nosotras, sobre el entorno inmediato, pero también sobre sí mismos o mismas. En ese sentido, apelamos a un esfuerzo crítico de ustedes y nosotros, para poder preguntarnos: ¿soy machista?, ¿me he burlado de una persona por su orientación sexual?, ¿he insultado a alguien por su sexo-género?, ¿creo que lo más valioso de una mujer es ser madre?, ¿considero que hay trabajos para hombres y para mujeres?, ¿he apelado a que no son formas?, ¿le he escrito a mis amigas si llegaron a casa?, ¿alguien me ha dicho no y he insistido?, ¿acompaño a las mujeres que conozco a casa para que lleguen bien?, ¿Creo que una mujer es indefensa?
Este rango de preguntas oscila entre diversas posturas que incluyen desde decirnos a nosotros o nosotras mismas que no somos machistas, hasta ejemplos cotidianos en los cuales nos preocupamos por la seguridad de las mujeres. La realidad es que vivimos en una sociedad machista, patriarcal, hegemónicamente heterosexual y represora de nuestras libertades. Les invitamos a releer la última oración, y sí, dice sociedad, lo cual significa que todos constituimos estas prácticas y estas cadenas. En este contexto fue donde crecimos, pero esta sociedad hizo diferencias notables entre hombres y mujeres; entre niños y niñas. Como niña tuve que hacer valer mi inteligencia, pelear porque se me reconociera mi humanidad, incluso entre mi familia extensa, tuve que alzar la voz y exigir mis derechos cuando a los niños se les otorgaban, como lo que son, derechos y no conquistas.
El pasado 8 de marzo, aún en un contexto pandémico, cientos y miles de mujeres salieron a manifestarse para exigir esos derechos que tanto han costado conquistar a otras mujeres, y otras más alzamos la voz en redes sociales, hospitales, consultorios, oficinas, en las casas, lanzando diamantina, graffiteando muros, rotulando monumentos con leyendas exigiendo justicia. Estos últimos actos son inmediatamente criticados y rechazados por la sociedad con el mote de que “ésas no son formas de pedir las cosas”. Pero... entonces, ¿cuáles son las formas?, si el sistema no contribuye a modificar el actuar de todos, porque le es cómodo el esquema de poderes y lo reproduce, pues cada día mueren diez mujeres en este país, y la violencia hacia las vivas está tan naturalizada que se llega a considerar una práctica social consensuada e, inclusive, “normal”.
De esta forma, la violencia es usada como una herramienta de poder y de control sobre un ser vivo, las protestas son la respuesta a esa violencia, son resultado de que nadie evitó el sufrimiento de las fallecidas. Decir: “ellas no nos representan”, es negar que ellas den voz a las que ya no están, a las que fueron privadas de su libertad, a las que no fueron escuchadas.
Para muchos, las manifestaciones por parte de colectivos feministas no son más que meros actos de vandalismo, sin embargo, la pregunta que queda en al aire es: ¿cuál es la forma correcta para protestar por una injusticia? ¿El diálogo y las peticiones pacificas realmente garantizan los derechos de seguridad de las mujeres?
En este contexto, vale la pena recordar a la activista Maricela Escobedo, quien recorrió gran parte del país protestando de forma pacifica, pidiendo justicia por el feminicidio de su hija en 2008, fue asesinada el 16 de diciembre de 2010 con un balazo en la cabeza, su cuerpo cayó frente al palacio de Gobierno de Chihuahua. También podemos recordar a Daniela del Rio, quien protesto bailando pacíficamente gritando “bailo por las que ya no están”, ganando así que fuera criticada y ridiculizada en redes sociales por medio de diferentes memes. También podemos mencionar a Don José Luis, cuya hija desapareció en 2009, y año con año Don José marcha usando una lona que lleva la foto de su hija con la leyenda “no me olviden, también falto yo".
Esas voces, no obstante, poco se escuchan desde todas las esferas del poder. Desde el gobierno no sólo se continúa y se perpetua la impunidad de hace décadas, sino que se avala, se alienta y se protege a la delincuencia. El actual presidente vive en un mundo donde sigue siendo eterno candidato y “el pueblo”, al que tanto apela, se convierte en “la mafia del poder” cuando cuestiona su proceder. Ese gobierno pone vallas y muros para protegerse de lo que no le gusta, de lo que resulta incómodo y resalta su incompetencia. Ese gobierno es el mismo que recorta presupuesto en aras de mantener programas sociales asistencialistas, pues prefiere un pueblo clientelar, muy al estilo del priísmo de los setenta, que construir una ciudadanía crítica y ávida de derechos, y no de dádivas.
Cabe señalar que el actual gobierno no es el responsable de esta situación, sólo es indolente y negligente, además de sordo. Por ello, hoy apelamos a quienes sí somos responsables, puesto que, si entendemos nuestro papel dentro de la discriminación y la violencia, podremos pensar en construir un mejor tejido social. Seamos hombres, mujeres, no binarios, niñas, niños, homosexuales, lesbianas, trasgénero o cualquier identidad sexual, debemos repensar nuestra igualdad y libertad. Saber que por ser seres humanos tenemos derechos que garantizan nuestra dignidad y modo de vida, pero también cuestionar nuestra situación actual.
Es decir, cuestionar si estamos en un lugar de privilegio por nuestra posición social, económica, étnica, y/o género, (y sí, en este país estudiar, trabajar y pensar son privilegios). Y es que en todos esos rubros se marcan diferencias y privilegios que muchas veces imposibilita pensar en las dificultades y proezas que pasa las demás personas, por algo que para nosotros resulta natural. Hoy apelamos a hombres heterosexuales machistas, (sí, tú también eres machista, quizá, y de verdad espero, que no golpeador, acosador, ni violador; pero sí tienes actitudes machistas), personas en condiciones étnicas y de clase favorecidas para pensar en sus actitudes y sus privilegios que dañan a otras personas.
No olvidar que hablar desde un punto de vista privilegiado, y violentar a quienes pelean por sus derechos, sin tampoco colaborar en esa lucha, es perpetuar una sociedad violenta, desigual y que seguirá haciendo diferencias sexo-genéricas hasta que no se cuestione a sí misma.
Marcos Galindo.
A los hombres no nos corresponde intentar ser protagonistas de la lucha feminista, lo que nos corresponde es ser verdaderos desertores del heteropatriarcado, ser conscientes de los privilegios que se tienen en esta sociedad por el simple hecho de ser hombre cisgénero heterosexual. Entender que el feminismo tiene como ente político a la mujer, porque se busca en todo momento su liberación del sistema heteropatriarcal y la reivindicación de sus identidades en el diapasón más amplio, por lo cual, les corresponde a ellas apropiarse de la lucha y ser las regentas encargadas de la batuta.
Eso no quiere decir que las prácticas de violencia, este sistema y sus consecuencias no nos afecta como hombres, pero lo que sí quiere decir es que debemos de luchar en contra del heteropatriarcado desde una postura del hombre.
Nos corresponde volver visibles a quienes el devenir histórico hetero-hegemónico ha relegado, hacer que su voz se escuche fuerte y contribuir a dejar de perpetuar una sociedad violenta, desigual y cargada de privilegios, para vernos como iguales, para apelar a que exista el mismo acceso de derechos en igualdad de circunstancias para todas, todos y todes.
Es vergonzoso ver que este gobierno, ni ningún otro, ha comprendido que es su obligación atender las necesidades de sus ciudadanas y ciudadanos, de protegerles, no de apuntarles con un arma, no de descalificarles, no de intimidar para hacer callar.
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