Entre esperanza, anhelo y frustración.
Ana Pomar, Margarita Romero, Marcos Galindo
Hoy, en México, estamos a pocas semanas de cumplir un año del inicio del confinamiento derivado de la presencia en el territorio nacional del virus SARS CoV-2. Medida que tuvo como objetivo aminorar la velocidad de contagio de la COVID-19, tratar de prevenir muertes y evitar el ya colapsado sistema de salud. Sin embargo, actualmente la “cuarentena” sigue con restricciones más o menos flexibles en concordancia con el semáforo epidemiológico, y las autoridades sanitarias locales y estatales. Pese a este contexto, un tanto desesperanzador, se ofrece la vacunación como la única salida viable de esta pandemia hacia la normalidad como la conocíamos tiempo atrás.
Este país lleva un año luchando en contra de una de las pandemias más importantes a las que se ha tenido que enfrentar la humanidad. Esta situación es generadora de un gran impacto en la salud, la economía, y la educación de las personas. No es la primera vez que enfrentamos como nación una crisis sanitaria, la más reciente fue en 2009, donde México fue el epicentro de una enfermedad causada por una variante del virus de influenza, y que, a pesar de generar daños y pérdidas tanto humanas como económicas, no se compara con el SARS CoV-2 que ha paralizado al mundo en muchos sentidos.
Este virus expuso la fase más vulnerable de la humanidad, no ha respetado edad, sexo, nacionalidad ni estatus social. No obstante, la carrera por encontrar una cura comenzó desde el inicio de su propagación en muchos países, muchos estados encomendaron recursos al personal médico y de investigación para encontrar un tratamiento eficaz que permitiera ser una bocanada de esperanza ante el escenario tan dantesco que se presentaba día con día. Y a pesar de estar aún lejos de encontrar una cura, la aparición de vacunas logró, al menos, ser una realidad en un tiempo corto, lo cual significa un lapso récord y un logro para la historia de la vacunación.
Aunque ninguna vacuna de las existentes garantice el 100 por ciento de protección, son un alivio de esperanza que permite imaginar recobrar el ritmo de nuestras vidas. Habrá quienes consideren que las vacunas son un logro científico, pero habrá otros quienes piensen que las vacunas representan un medio de sometimiento, incluso habrá quienes duden de su eficacia e intenten apelar a que son nocivas para la salud o que contienen nanotecnología para someter a la población. Lo cierto es que permiten sentirnos más seguros en un ambiente de vulnerabilidad absoluta.
El proceso de vacunación en México inició el 24 de diciembre de 2020, el cual tuvo como prioridad al personal sanitario que hace frente a esta pandemia “en primera línea”. El primer lote de vacunas fue bastante pequeño en comparación con la demanda. Sin embargo, se observó el aumento de las dosis y de las personas vacunadas. El segundo grupo poblacional en ser candidato a la vacunación son las personas de más de 60 años. Pues, tal como se ha comportado la pandemia en México, es el sector de la población que muere más.
La vacunación para las personas de la tercera edad inició en la Ciudad de México con las alcaldías más pobres y desiguales: Milpa Alta, Cuajimalpa y Magdalena Contreras; así como en los municipios más vulnerables del resto del país bajo la premisa presidencial “primero los pobres”. Sin embargo, este hecho, si bien sustentado en las características de los espacios elegidos, también resalta que son poblaciones rurales o rururbanas. Este hecho de acuerdo con el Plan Nacional de Vacunación contra el virus SARS-CoV-2 salta a la vista, pues las vacunas que sólo requieren congelación, como la de AstraZeneca, se deberían aplicar prioritariamente en lugares rurales. Es decir, la apología propagandística “primero los pobres”, por lo menos, resulta cuestionable.
Los hechos anteriores se pueden inferir que fueron circunstanciales, pues es cierto que la disponibilidad de vacunas a nivel mundial es escasa. En tal situación se requieren adaptar las vacunas disponibles al Plan Nacional de Vacunación. Ello no exime el uso político que se pueda hacer de esas circunstancias azarosas. Politizar un derecho siempre será un cáncer que toda democracia debe de erradicar de raíz, de lo contrario terminará por pasarle factura tarde o temprano.
Otro elemento relevante de la disponibilidad de las vacunas recae sobre las negociaciones internacionales, pues si bien es prioridad del gobierno y la población mexicana terminar con esta situación pandémica. Cabe preguntarse qué costo se pagarán en los años venideros, las repercusiones en el erario, los alcances a nivel de salud pública sobre la cobertura en la población, entre otros.
En este contexto, la vacunación en personas de la tercera edad continúa, no sin problemas en la espera y eficiencia de vacunación tal como se observó en los eventos registrados en Ecatepec. Este acontecimiento también revela la poca coordinación entre el gobierno federal, estatal y local. Esto sin tomar en cuenta al resto del país y sus diversas problemáticas y retardos, pues no todo es la Ciudad de México.
Con ello se refleja el panorama de desigualdades en las que vivimos como mexicanos: por un lado, vemos imágenes en la CDMX que, aunque en principio fue aparatoso, se han implementado mecanismos logísticos que permiten ver escenas de personas bailando bajo una carpa esperando ser vacunados. Por otro lado, se ven cuadros en el Estado de México y en los demás Estados, en donde se observa a gente sufrir el rayo directo del Sol, el cansancio, el frío y el sueño de horas de espera ante centros de atención deficientes, que en el mejor de los casos reciben la vacuna tras un periplo de vicisitudes, pero en el peor de los casos se quedan con la frase de un “servidor de la nación” que les dice “ya no hay vacunas”.
Sin lugar a dudas los más vulnerables ante esta pandemia son el personal de salud, el cual ha lidiado en todo momento con esta enfermedad, en condiciones precarias y sin el equipo de protección adecuado, lo cual ha dado como resultado el deceso de miles de trabajadores de la salud. En este contexto de incertidumbre que tiene cualquier profesional sanitario que atiende al público en general, existe un déficit de vacunación en ellos. Desde el inicio de la campaña de vacunación se denunciaron casos en donde personal que no estaba dentro del “área COVID” fue vacunado. Hoy, a más de 2 meses de haber iniciado la vacunación, mucho personal sigue laborando sin haber recibido la vacuna, además, otras y otros ni siquiera han sido considerados dentro del personal de salud en riesgo.
En ese orden de ideas, la presente administración ha tenido ojos ciegos ante el sector privado, pareciere que no existiera, que no son tomados en cuenta o que tienen los recursos suficientes para enfrentar la enfermedad en caso de ser presa de ella. No obstante, nosotros subrayamos a los miles de consultorios anexos a cadenas farmacéuticas que han cobrado gran importancia en los últimos años. ¿Cuántos de nosotros preferimos ir a una revisión médica en este tipo de consultorios antes que ir al IMSS, al ISSSTE o realizar una odisea para hacer efectiva la póliza del Seguro de Gastos Médicos? En ese contexto, resulta vital para el personal privado que atiende en este tipo de consultorios recibir una valoración, puesto que son médicas y médicos que se exponen todos los días al contagio, por lo cual se debería garantizar la vacuna a este sector que “no es prioridad” en el Plan Nacional de Vacunación.
Pese a este panorama de claroscuros de espera y frustración, la vacunación avanza como el anhelo cumplido. Pues muchos de nosotros hemos experimentado un alivio cuasi divino frente a la vacunación de nuestros progenitores y/o abuelas y abuelos, que son rayos de esperanza al regreso a la normalidad, el fin de la cuarentena y el evitar más muertes. Sin embargo, el Estado debería de otorgar gustoso y dignamente estos derechos, puesto que es su obligación, y no orillar a las y los ciudadanos a tenerle que arrebatar de las manos, con periplos, las prestaciones que son nuestras por el simple hecho de ser mexicanos.
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